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Aventura Pasajera

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Era una noche común en la ciudad, el invierno penetraba en mi piel, a pesar de tener mucho abrigo; se me congelaban los dedos y creía que mi nariz se iba a quebrar como un cristal. Los locales se cerraban y los minutos pasaban sin cesar; ojalá se pudiera haber dicho lo mismo del transporte público. Lo único que esperaba para esa fría noche, era llegar a mi casa, sentir el calor del hogar y tomar una taza de té bien caliente. Las aventuras que imaginé en ese gélido lugar me hicieron perder la noción del tiempo y el espacio; las luces lejanas de un automóvil me hicieron volver a la realidad; pedí con todas las fuerzas para que fuera el transporte que esperaba. Lo era. Con la aventura que viví en la torre del reloj, no me percaté de los demás pasajeros que aguardaban en esa tenebrosa esquina. El taxi paró haciendo un estrepitoso ruido metálico, me apresuré a subir, no estaba en mis planes quedarme ni un minuto más en ese lugar. Detrás de mi, subieron dos personas y otras dos en el asiento de al lado del conductor. En un instante, hice en mi cabeza la historia de cada uno de los pasajeros; es uno de mis pasatiempos favoritos en esos largos viajes. Antes de que las puertas se cerraran, el taxi empezó a moverse, la satisfacción de ya estar en viaje a casa me llenó de satisfacción. En ese momento, miré a mi derecha, mis ojos se encontraron con unos hermosos ojos color miel, que titilaban como estrellas cuando pasaban entre los postes de luz a decenas de kilómetros por hora. En otras oportunidades, me había ocurrido eso, pero el contacto visual con la otra persona no duraba tanto, alguno de los dos rompía el vinculo y volvía a mirar hacia otro lado. Esta vez, tuve más tiempo para observar a quien me miraba; el vinculo visual fue eterno, un chispazo hizo que los átomos se detuvieran, realmente increíble la química que hubo en esa mirada. Era una mujer hermosa, de piel blanca como la porcelana, de pelo castaño, recogido en una cola de caballo, pero a la vez, desalineado; en sus ojos color de otoño se notaba una larga jornada laboral, al igual que en los míos seguramente. Miró hacia adelante, yo la seguía observando, tenía unos aros largos en las orejas, le lucían perfectamente con ese largo y delicado cuello; así, como me sentí en ese momento, se deben sentir los vampiros al ver el cuello de su victima; quería sentir su calor y su sangre corriendo por las venas en mis labios. Estaba vestida con un pequeño poncho tejido sobre una blusa de color azul, llevaba unos pantalones de vestir de color negro que se pegaban a sus piernas y entre estas, había puesto su cartera. Desvié mi mirada, otra vez había perdido la noción del tiempo y espacio, coloqué mi mirada entre la cabeza del chofer y de la persona que estaba a su lado para localizar por dónde nos encontrábamos; los diabólicos ojos del conductor, no miraban al camino, los sentía clavados en mi cabeza, se reflejaban en el espejo retrovisor; esto me hizo sentir mal de alguna manera, esa mirada fuerte me hizo bajar la cabeza. Miré para abajo, llevaba mis manos entrelazadas entre mis piernas para protegerlas del frío. En ese momento, algo más frío que el clima recorrió mi cuerpo, congelando la médula espinal, como cuando de chicos nos dan nuestro primer susto. La mano de la mujer que iba sentada a mi lado, se había posado sobre mi antebrazo, acariciándome. Levanté la mirada y nuevamente me encontré con esos profundos ojos; la oscuridad y su nerviosismo hacían que tuviera las pupilas dilatadas; su iris brillaba y sus ojos parecían un eclipse de sol hipnótico. Me sonrió; yo sólo me limité a mirarla. Apretó su mano, sujetando mi brazo, me estremecí; era un momento incómodo, pero agradable a la vez. En esta ocasión, fui yo quien le sonrió y ella la que mantuvo su mirada clavada en mis ojos. La tomé de la mano, a comparación de las mías, estaba caliente; nuestros dedos se entrelazaron. Noté que llevaba puesta una alianza y no pude evitar pensar en la mujer que era dueña de mi corazón (aunque ella no lo supiera), eso me hizo sentir culpable, pero al mismo tiempo, sentí una pequeña dosis de adrenalina corriendo dentro de mí. Mi respiración se aceleró, sentí como la de ella hacía lo mismo... Puso su cabeza sobre mi hombro; como pidiendo contención; mi reacción inmediata fue soltarla de la mano y rodearla con mi brazo; con amor paternal. Me gustó la sensación de tener algo tan delicado y frágil entre mis brazos. Apoyé mi cabeza contra la de ella, y estuvimos así unos minutos; o tal vez fueron sólo unos segundos, que parecieron varios minutos. Separé mi cabeza, y dejé de apretarla contra mí; como si el "pequeño angelito sobre el hombro" me dijera que lo que estaba haciendo, estaba mal. Ella sin  levantar la cabeza, se giró y me miró; como pidiendo a gritos ser mimada. Yo la abracé nuevamente y acaricié su brazo. Ella comenzó a acariciarme la pierna; me sentí incómodo, pero de todas maneras dejé que lo siguiera haciendo. Apretó con fuerza su mano, clavando sus uñas en mi pierna; comenzó a besarme el cuello; no puedo explicar con palabras todas las sensaciones de ese momento. Estiré mi cuello, en señal de que me encantaba lo que hacía, para que lo siguiera haciendo. Deslicé mi mano hacia su cintura, sentí como se estremeció y largó una carcajada, como una chiquilla nerviosa; la toqué, creyendo que al ceder mi cuello, tendría permiso de hacerlo. Comenzó a darme pequeños mordiscos en el cuello, cerré los ojos para contener el placer que me producía aquella vampírica mujerzuela. Cuando abrí los ojos, noté que todavía, tenia los ojos del conductor clavados en mí; esta vez, no le di importancia. Cerré nuevamente los ojos, estaba por sumergirme en un océano de frenesí... me controlé, no salté al abismo. Con mi otra mano acaricié suavemente la pierna de la mujer, que continuaba pasando sus cálidos labios por mi cuello. En cuanto ella paró, intercambiamos los roles y en un instante, era yo quien me encontraba con mis labios sobre su cuello; emanaba una dulce y suave fragancia; mi cerebro estaba a punto de entrar en cortocircuito. La besé con delicadeza, hasta que nuestros labios se encontraron y como dos adolescentes nerviosos, sabiendo que no hacíamos lo correcto, nos separamos. Volví a sentir frío, a pesar de toda esa gente en el vehículo, el frío era intenso y uno podía ver hasta su propia respiración. Mi cabeza todavía daba vueltas por lo ocurrido hacía unos minutos. Ella se abalanzó sobre mí y me abrazó muy fuerte apoyando su cabeza en mi pecho; como una pequeña criatura indefensa. Yo, todavía aturdido por el repentino abrazo, acaricié su cabello; eran como frías y suaves hebras de ceda. Suavemente se fue alejando de mi. Quedó tiesa, mirando hacia adelante; abrió su cartera, sacó un pequeño monedero y extrajo varias monedas, que pasó al conductor tocándole el hombro, le indicó que se bajaba, casi en un susurro. El taxi frenó, el otro pasajero se bajó para que ella pudiera salir del automóvil. Sujetó su cartera, me dio un beso en la mejilla. Desapareció en la oscuridad de la calle... Cuando el otro pasajero volvió a subir, cerró la puerta de una manera brusca, hizo que me despertara de ese perverso ensueño. Nunca voy a olvidar esa fría noche, los ojos, los labios y la calidez de la extraña mujer sin nombre que nunca más volveré a ver.
Esta historia es real, le sucedió al amigo de un amigo. (?)
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